óxoso olorido

 ese olor a tornillos oxidados (y viejos) de sus dedos se empezaba a impregnar en los botones de la computadora. tecleaba mecánicamente sin errar ninguna letra, buscando apurado algo en concreto. se interrumpió al notar su soledad, ya no quedaba nadie en la biblioteca (al menos no a la vista). devolvió su mirada a la pantalla acompañado del ritmo inconstante de las idénticas vocales electrónicas. a lo lejos, algo se empezó a acercar, podía ser una respuesta ansiosa. titilaban los pixeles mientras se prendía, ya frustrado en la cotidiana aventura, un cigarrillo. notó al rato, que un amargor peculiar atravesaba el humo y le dejaba un sabor metálico en la punta de la lengua. instantáneamente lo apagó en el cenicero de cristal, ahora sucio, que se iluminaba bajo la cálida luz del velador de bronce.

había estado armando él mismo la nueva sección de libros marrones, justo al final del pasillo "ocho". siempre se supo dar maña. hace ya semanas una muchacha con botas oscuras había donado varias cajas que pertenecían a su abuela. el cartón corrugado estaba deteriorado. ablandado por decenas de gotas de agua. en una de ellas logró leer en mayúsculas "libros de margarita". desanimado abrió una por una las cajas. para su sorpresa, la mayoría estaba en perfecto estado, salvo un par de cuentos infantiles. intervenidos por garabatos en crayón que le quitaban protagonismo a sus ya coloridas fábulas. también encontró libros tan antiguos como pesados. que enumeraban las pirámides de egipto y méxico. otros describían en detalle todas las especies fungi, con enormes ilustraciones de venenosos hongos ordenados por sus tipos de pigmento y según el ambiente donde se encuentran. algunos tomos, con duros lomos y hojas afiladas, aún olían a nuevo.

él creía que los estantes nuevos iban a ser suficientemente resistentes a pesar de estar hinchados por el lluvioso marzo que dentro de poco se terminaría. apagó la computadora, luego las luces. cerró con llave y volvió a primera hora del día siguiente. nunca iba a suponer, que un enérgico niño iba a trepar el pasillo ocho, por la curiosidad de los libros más altos. generando un único estruendo, que pintaría de rojo, sin lápices ni crayones, los libros marrones y el pasillo ocho.

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